miércoles, 22 de marzo de 2017

Aquí, allá y en todas partes.

1. Hace tan sólo unos meses, me pareció oportuno dedicarle este espacio a la revista Fierro, cuya segunda encarnación cumplía por aquellos días diez años ininterrumpidos en los kioscos. El informe, que abarcó tres entregas, no fue algo exhaustivo ni proponía ningún análisis crítico demasiado profundo. Era apenas un repaso por algunas de sus “estaciones”, a modo de celebración. ¿De qué exactamente? De la mera permanencia a pesar del evidente estancamiento. Y antes de tipear una frase más, dejo en claro lo siguiente. Por una cuestión sencillamente generacional, no he tenido prácticamente contacto con la primera época de Fierro. Siendo yo clase 1985 de nacimiento, nadie de mi entorno familiar la leía o tuvo circunstancialmente algún ejemplar para que yo pispeara (y tampoco me compré ninguna usada en Parque Rivadavia, ponele). Por eso me abstuve en dicho informe, al igual que ahora, de hacer cualquier comparación entre aquélla Fierro y la que tuvo continuidad entre fin de 2006 y el corriente mes de Marzo. Es con esta última etapa que me identifico fuertemente, porque dicho período tiene su correlato a nivel personal, igual de frondoso en momentos álgidos y de los otros. No son poca cosa diez años, cabe de todo en ese tiempo. La celebración, entonces, también implicaba otras cuestiones generacionales. ¿Cómo cuáles? Como ya conté en este blog otras veces, yo como lector de historieta me empecé a formar a fines de los noventa, cuando la primera Fierro había dejado de salir hacía rato. Tampoco es ninguna pavada, entonces, contar con una revista de historietas cada mes en el kiosco. Los pibes de la generación siguiente a la mía, tuvieron en estos diez años ese privilegio. Más allá de que la nueva Fierro no fuera perfecta. Durante este período, varios de los autores con los que yo me había deleitado en aquél fin de siglo, y que daban sus primeros pasos en ese entonces, demostraron estar en plena madurez creativa. Por eso fue un garrón saber que finalmente el ciclo se cerraba abruptamente este mes. Más allá de cierto amesetamiento. Porque si bien de sus páginas surgieron obras a las cuales yo no dudo en considerar clásicas, a partir de determinado momento la constante fueron ciertos plomazos interminables, o historietas hechas con poca gana o compromiso.
"Es to-to-todo amigos..." Apocalíptica tapa de Parés.
Siempre me tuvieron sin cuidado los trolls que se instalaron en el correo de lectores del sitio web de la revista, pero paralelamente me resultaba elocuente la ausencia en dicha sección de apoyos manifiestos o críticas de las que solemos llamar constructivas. Es claro que una sección de correo (más aún siendo virtual, no impresa en el cuerpo de la revista) no refleja necesariamente las opiniones de lectores reales. Pero tanto en dicho espacio como en charlas informales entre gente “del palo”, la crítica más repetida y la más transversal era la sospecha de cierto amiguismo hacia un selecto número de autores, los cuales tuvieron siempre su lugar asegurado sin que mediara ningún filtro de calidad ni se tuviera en cuenta las críticas de lectores. Yo reconozco que también tuve esa sensación mil veces, de no entender sino de esa manera la inclusión de cierto material ocupando páginas de la revista. Lo cual no implica poner todo en una misma bolsa e impugnar a todo aquél que estuvo presente desde el año uno. Autores como Salvador Sanz o Fernando Calvi mantuvieron alta la vara durante todo el recorrido, por poner sólo dos ejemplos. Entregaron centenares de páginas de buena historieta, superándose cada vez. En el caso de Calvi la evidencia se aprecia en el cambio de registro gráfico que le imponía a cada nueva obra, por ejemplo. Conscientes del lugar privilegiado que ocuparon, lo aprovecharon al mango tomándose en serio a los lectores tanto como a su propia obra. Por eso resulta lógico que ambos autores hayan prácticamente apagado las luces antes de cerrar el boliche.
Es claro que yo tengo mis preferencias, como todo el mundo.  Un aspecto clave de la revista, el cual siempre defendí, fue su carácter ecléctico: en sus páginas había historieta para todos los gustos. Obviamente fueron montones las veces que maldije al abrir un ejemplar nuevo y comprobar que el porcentaje de material acorde a mi sensibilidad, apenas llegaba al cincuenta por ciento, y a veces menos. Leí por ahí algún comentario en el cual alguien señalaba que no estamos hablando de un organismo público, en el cual deben primar criterios de selección democráticos. Totalmente cierto. Pero no casualmente se me coló la palabra selección dos oraciones atrás. Al igual que ocurre con el combinado nacional de futbol, todos queremos ser el DT. Todos creemos tener la posta y saber quién tiene que estar en el equipo, quién está capacitado para jugar y quién no está a la altura. Y si bien una cosa es la Selección Nacional de futbol y otra una simple revista de historieta, cabe mencionar que Fierro se autodefine como LA Historieta Argentina, desde el subtítulo en la portada. Y ha sido durante estos diez años y piquito, la UNICA revista de historietas de alcance (relativamente) nacional presente en los kioscos. De ahí su importancia para tantos lectores, entre los que me incluyo. ¿Por qué no pensarla como exponente de la historieta argentina actual hacia fuera? Si volvemos a la analogía futbolera, la otra cara de la moneda sería la legión de compatriotas guionistas y dibujantes que “juegan” en el mercado yanki o europeo. Todos ellos nos representan maravillosamente en dichas latitudes, donde el mercado de la historieta tiene otro volumen, mucho más amplio o masivo, si se quiere. Pero también es importante poder publicar en tu país, en tu idioma y con tus códigos, para la gente que te rodea. Y sobre lo que yo venía a pensar hoy acá, era sobre eso. No tanto acerca de los pormenores del cierre de Fierro (que tampoco es tal, sino un cambio de periodicidad y formato). Que si fue porque le sacaron la pauta oficial, que si vendía bien o mal. Tampoco sobre el tole-tole (para onomatopeyar el asunto) que generó el reportaje a Lautaro Ortíz en Comiqueando, en el cual ponía en entredicho la contribución de las editoriales independientes al crecimiento de la historieta argentina. Aunque todos esos ingredientes también formen parte del guiso. Hablo de la importancia de tener revistas de historieta, sea en formato antología o el que fuere. Empiezo a tirar las preguntas: ¿Por qué en diez años, no salió ninguna revista a competir con Fierro o a complementarla? ¿Una revista de historietas necesita sí o sí depender de una empresa multimedios para sostenerse? Si se te ocurren posibles respuestas o inclusive otras tantas preguntas, bienvenidas todas.

2. Hace dos años, aproximadamente, me recontra enganché a leer manga. Mejor dicho, un manga en especial. Hasta entonces no había encontrado ninguno que me llame la atención, o al menos la suficiente para ganarle a otras historietas a la hora de elegir qué leer. Se trata de Bakuman, escrito por Tsugumi Ohba y dibujado por Takeshi Obata, publicado en nuestro país por Editorial Ivrea. Te cuento brevemente de qué va: dos adolescentes que aún cursan la secundaria, deciden dedicarse a la historieta. Uno como guionista y el otro como dibujante (como no podía ser de otra manera). Además de vocación, los motivan otras cosas que no vienen al caso. La cuestión es que consiguen hacer contacto con la editorial Shueisha, que realmente existe en Japón, así como la revista Weekly Shonen Jump, donde finalmente comenzarán a serializar sus mangas. Y ya desde borregos, le van a poner el alma para lograr cada una de las metas que se van poniendo a lo largo de los veinte tomos que dura la historieta, en la cual los veremos crecer en edad pero sobre todo en chapa alcanzada.
Takagi y Mashiro sueñan ser leyenda del manga.
Desde ya que la súper recomiendo porque está escrita y dibujada maravillosamente, con un ritmo que no decae jamás aunque con el discurrir de cada libro algunos aspectos de la trama pasan a segundo plano para dar paso a otros. ¿Por qué traje Bakuman a una nota que comenzaba hablando sobre Fierro? Porque más allá de los conflictos entre los personajes, el gran valor que tiene esta serie es el de mostrar un poco desde adentro la industria del cómic japonés: citando permanentemente autores y obras emblemáticas; dando cifras  y promedios de tiradas y duración de series; mostrando cómo es el método de trabajo de los artistas, así como sus ritmos (a destajo siempre, pendientes de un sistema de encuestas a los lectores que mide el rating mes a mes de cada serie); abriendo las puertas de una redacción para que conozcamos las jerarquías entre editores, contraponiendo sus criterios acerca de cómo tratar con los artistas o enriquecer cada serie; viendo a los artistas desafiarse y estimularse mutuamente en rivalidades que los retroalimentan, al igual que los editores aconsejándose uno al otro sin dejar de competir por el espacio en la revista para sus series a cargo. Leyendo Bakuman se aprende muchísimo sobre manga. Además tiene muchísimo humor (que se aprecia notablemente en virtud de la traducción, que es fabulosa) y, si dibujás o escribís historieta, te deja siempre con las pilas cargadas de ganas para laburar. Desde ya que debe haber muchos aspectos no tan brillantes de la industria del manga que Ohba pasará por alto, pero tampoco pinta un jardín de rosas. Uno bastante espinoso, en todo caso. Y acá viene la respuesta a la anterior pregunta. Cada vez que leo Bakuman, me quedo pensando qué copado debe ser para los ponjas tener tanta oferta de historieta. Tantas revistas para elegir, cada una orientada a un público diferente (igual que los yankis o los europeos, ya sé, no es nada original lo que estoy planteando, tampoco). Pienso en dos pibes como los protagonistas de Bakuman, pero laburando en DC o una antología francesa. Pienso en lo interesante que es la cocina de una revista de historietas. Acá lamentablemente hace rato no existen redacciones dedicadas enteramente a la historieta. 
En el párrafo anterior le huí (creo) al facilismo de echar culpas o tirar mierda irreflexivamente. Ahora le escapo también a las frases de manual tipo “porque acá es todo berreta”, “ellos están más evolucionados culturalmente” o “en esos países no la cagan con política”. No, ninguna de esas pavadas entran acá. Vine con esto hoy por el simple gusto de pensar e imaginar que me encantaría que Fierro siguiera saliendo cada mes. Con cambios, obvio. Pero que esté ahí. Que salgan otras Fierro, otras Skorpio, revistas nuevas con conceptos diferentes a los que conocimos hasta ahora. ¿Por qué no hay una revista  exclusivamente de historietas para chicos? ¿Qué experiencia falta hacer, que no se haya hecho aún? Pensar, imaginar, crear. ¿Cómo será la Historieta que queremos? Porque todos queremos poder seguir leyendo historietas acá. Se multiplican los web comics y los fanzines, las ferias donde conseguirlos. Las editoriales independientes no dejan de agrandar sus catálogos. Los guionistas siguen escribiendo y los dibujantes no sueltan el lápiz. Pero no son islas (o al menos se supone que no lo sean), son eslabones de una cadena. Y las revistas de historietas son un eslabón importantísimo. En la experiencia de Fierro, con sus grandes aciertos y sus puntos flojos, hay claves del futuro. Sólo hay que tener sentido crítico del bueno para interpretarlas y construir algo nuevo con eso. Con respecto a cómo será la Fierro trimestral, es todo hermetismo y secreto. Yo espero lo mejor siempre. Habrá que ser paciente y ver. Buenos días.

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